Es realmente curioso lo que sucede en Cantabria. Es un fenómeno que suele tener como protagonista a un personaje de relevancia pública (desde el presidente regional a un escritor o periodista) que ante una cuestión en el que aparezcan juntas las palabras Cantabria y lengua, se muestra, rostro firme, en plan me voy a mojar, con dos narices, para hombre, yo… y suelta alguna perla en la que aparece el término nacionalista e inventarse una lengua. El objetivo es sencillo: dejar meridianamente claro que son gentes cosmopolitas, moderadas, integradoras y por supuesto nada nacionalistas.
Extraño este miedo al nacionalismo en Cantabria. Es algo así como preocuparse por los daños que causan los urogallos en nuestros bosques: no se ven, pero dicen que están ahí, que nos acechan, que dicen que Cantabria es una nación, que quieren imponernos una lengua inventada. Uno lo repite, otro lo corrige, el de más allá lo aumenta y ya tenemos a nuestro sacauntos del siglo XXI.
Pero, ¿quiénes son esos nacionalistas? En un principio era el Conceju, partido político que reunía todas las características para encarnar al demonio nacionalista. Sin embargo, parece haber desparecido del panorama electoral después de lograr picos de 2.000 votos. Pocos apoyos para asustar (0.63% en su mejor resultado) y unas propuestas que, para el que se tomara la molestia en leerlas, se alejaban bastante de la imagen que algunos querían transmitir.
¿Serán entonces los del PRC y su tentáculo cultural ADIC? Su presidente y caudillo lo ha dejado claro: besa con fruición la bandera de España cada vez que se topa con una y lo que él hablaba en Polaciones era mal castellano. Hablar de albarcas, bandurrias y vacas, perfecto, pero sin pasarse para que no le malinterpreten.
¿Un giro al cantabrismo del PSOE, siempre presto a destruir España? Después de la afirmación “aquí solo hay una lengua” de Dolores Gorostiaga y del “interés relativo” por estos temas de Jesús Cabezón no parece que la sensibilidad del tercer partido de nuestra Comunidad Autónoma vaya por ahí.
¿Dónde buscar…?
Entonces se encuentra la solución: los que defienden el cántabru. Vaya, hombre. Podría haberles caído el sambenito a los de la Asociación del Traje o a algún pitero despistado o a los del bolo pasiego. Pero no, va y nos cae a nosotros.
Obviamente, sin conocer nada del tema. Porque si nos molestamos en buscar qué se está haciendo realmente para proteger el patrimonio lingüístico de Cantabria nos encontramos con un panorama nada radical y con gente que en su mayoría gasta su tiempo y su dinero en una causa que a pocos parece interesar y que muchos simplemente desprecian. La plataforma esclave reclama la declaración de BIC (Bien de Interés Cultural) basándose en un manifiesto completamente apolítico (http://www.esclave.wordpress.com/). Las principales bitácoras de Internet se alejan mucho del nacionalismo (http://www.musgosu.wordpress.com/, http://www.elrobledaldetodos.blogspot.com/ o http://www.lavecera.blogspot.com/). El último diccionario de Daniel Estrada es impecable ya que se limita a recopilar y ordenar el trabajo de investigaciones solventes previas. La principal revista sobre el tema (Alcuentros electrónica y ya muerta http://revistaalcuentros.iespana.es/) ha estado cuatro años publicando artículos que incluso pasarían el nihil obstat de nuestro presidente.
Pero claro, siempre saldrá quien haya leído en un foro… o escuchado en un bar…, etc, etc y acabe por descubrir esa gran conspiración que pretende inventarse una lengua para fundar un nacionalismo a la vasca (ese gran ogro a nuestro oriente), obligándonos al resto a justificar constantemente nuestra posición ideológica.
Dándole vueltas, uno observa el ambiente cultural y político de nuestra tierra y llega a la conclusión de que sí, que es verdad, que en Cantabria hay muchos nacionalistas y no hay que transigir con las ideas que quieren imponernos. El problema es que no son nacionalistas cántabros…