A falta de un partido, la agonía deportiva del Racing terminó ayer de la peor forma posible aunque esperada. El conjunto cántabro ya es equipo de Segunda B gracias a los deméritos propios, consecuencia de una temporada errática y una gestión que merece todo tipo de reproches. Lo peor es que el calvario racinguista no acaba aquí. Por delante, el club cántabro -este año ya es centenario- tiene ante sí el reto de su continuidad y supervivencia. Porque a la crisis deportiva que culmina con el descenso de categoría, se le une la incertidumbre sobre el futuro del conjunto más representativo de la región y un activo innegable de Cantabria. Asediado por la falta de liquidez, con unos gestores rechazados por la masa social y los aficionados, con una deuda reconocida judicialmente de 25 millones de euros más el lastre generado esta temporada y sin definir la propiedad del club, en manos todavía de un dueño desaparecido y fantasma, el panorama del Racing es más que desolador.
Sobreponerse a esas realidades no es sencillo, ni ilusionar al racinguismo tampoco. Es cierto que el combinado cántabro ya superó retos similares (hace 23 años militó durante una temporada en Segunda B y ascendió en un año e incluso estuvo cuatro campañas en Tercera), pero eran otros tiempos y sobre la entidad no pesaba la gran losa de una deuda imposible de pagar que ahora ha derivado en un concurso de acreedores.
Es seguro que la afición se repondrá del duro mazazo deportivo, porque la pasión por unos colores no se desvanece nunca y menos en los peores momentos; un hecho demostrado domingo tras domingo y refrendado ayer por los más de 600 cántabros que acompañaron al equipo en Ponferrada pese a saber que el milagro se antojaba imposible. Las 50 peñas del club, los más de 3.000 peñistas y los miles de aficionados que sienten el Racing continuarán junto al equipo, si sigue...
El primer test para averiguar si el Racing de hoy tiene futuro es inminente. Los días 13 y 14 la asamblea general de socios deberá decidir si respalda una ampliación de capital tras la sorprendente maniobra aceptada por Alí Syed que diluirá los millones que ha puesto en la entidad. Minoritarios y aficionados creen que esa 'oferta buenista' oculta maniobras oscuras y un intento de continuidad de los actuales gestores, estigmatizados por la masa social y sin crédito alguno para ellos. La posible ampliación nace, por tanto, lastrada, avalada, sí, por el accionista mayoritario (Alí mantiene el 99,9% de la propiedad, en litigio en los juzgados) pero con el rechazo generalizado del racinguismo. Una oposición que sólo mudaría si el actual consejo de administración presenta previamente su dimisión o anuncia el compromiso cierto de abandonar la dirección de la entidad sea cual sea el resultado de la operación acordeón de acciones. Pero esa doble posibilidad no parece estar en la hoja de ruta de los actuales dirigentes, responsables, sin duda, de la gestión de este año (calamitosa en lo deportivo, con cuatro entrenadores y con actuaciones que han desquiciado a la plantilla, y compleja en lo económico), pero no únicos culpables de la situación actual del club. La deriva de hoy del Racing y la deuda acumulada es consecuencia de sucesivos años de desafueros, con unos gestores y otros y unos dueños y otros, como se refleja en la resolución del concurso de acreedores, pendiente también de sentencia y con un expresidente a quien se le imputa la comisión de acciones que para muchos tienen carácter penal y ocasionaron un quebranto millonario al club.
Lo grave es que el Racing está obligado a realizar de inmediato una ampliación de capital. Lo contrario es inviable, porque la entidad no tiene liquidez, ha generado deuda añadida y necesita dinero inmediato para pagar y subsistir. De no sumar ingresos por esa vía, los actuales gestores se verán obligados a instar judicialmente la liquidación del club. El Racing, por tanto, desaparecería, aunque la marca seguiría en manos del Gobierno, históricamente también corresponsable parcial de la actual situación del equipo centenario. Es cierto que sucesivos Ejecutivos han tenido que acudir en varias ocasiones al rescate de la tesorería del equipo (un mal endémico del fútbol español), pero no siempre ese intervencionismo ha sido claro ni ha dado resultados positivos. Ahora, con una penuria económica evidente, esa tabla de salvación no existe.
De no cambiar el panorama, el Racing puede agonizar todavía más tras el 14 de junio, fecha en la que curiosamente cumple sus cien años de vida. De ocurrir, el camino a emprender pasaría por la reconstrucción del equipo -otros hablan de refundación-, proceso en nada sencillo, mucho más para un equipo que carece de patrimonio, no tiene campo propio y sí una infraestructura cara e inviable cuando se milita en Segunda B con ingresos exiguos. Todo ello dando por hecho que se encuentren fórmulas que aseguren la continuidad y el tránsito, digno, por la nueva categoría. Lo contrario, la imposibilidad de seguir, sería una nueva realidad en la que nada es descartable: ni la existencia de varios Racing y diversos proyectos, ni nuevas marcas. Un escenario que obligaría también a reubicarse a las administraciones y a los pequeños accionistas. Sin ignorar que la maraña judicial en la que está inmerso el club -estancada por la lentitud de la Justicia- puede hacer estallar cualquier planteamiento apriorístico.
Ayer la agonía deportiva terminó, pero no acabó con la ilusión ni la pasión de los miles de cántabros que saben que el equipo forma parte de su ritmo vital. El día 14 (el 13 en primera convocatoria), el club tiene ante sí otra final que requiere transparencia, nuevos gestores, amplitud de miras y unidad por el bien del racinguismo. Ni los malos resultados ni, por ejemplo, las 33 temporadas vividas en Segunda han acabado con un club que forma parte de la historia del fútbol español. Tampoco las malas y arteras gestiones reiteradas en el tiempo han logrado certificar su defunción. Por encima de todo está el racinguismo, más vivo que nunca.