Móviles en Cantabria

Por ALFONSO USSÍA

ESCRIBÍ el año pasado que en muchos lugares de Cantabria es imprescindible encaramarse a un muro o un árbol para poder hablar por el teléfono móvil. No ha mejorado la situación. A Ramón Sijé, el compañero del alma, compañero, de Miguel Hernández, el poeta de Orihuela, se lo disputaban su novia y las abejas. Aquí en la Montaña, los árboles se los disputan las ardillas y los usuarios de la telefonía móvil. Hace dos días, un conocido y muy respetado empresario fue sorprendido en la copa de un castaño por la Guardia Civil rural. Cuando fue descendido del árbol por la Benemérita declaró que su eventual asentamiento en lo más alto del noble castaño se debía a una consulta urgente con su secretaria en Madrid, a la que había encargado la reserva de unos billetes de avión para septiembre. En la playa de Gerra, muy frecuentada por los veraneantes, hay una roca con cobertura. A ella, como si fueran cormoranes y frailecillos en los acantilados de Islandia, se encaraman centenares de usuarios para cumplir con sus necesidades de comunicación. Niños que se abren la cabeza, padres que sufren un tirón muscular, madres que resbalan, chicas jóvenes que al deslizarse roca abajo pierden el «evax» con o sin alas o el «tampax» de doble absorción, apuestos y broncíneos mozos que mientras hablan con su lejana novia experimentan en sus hombros el aterrizaje de un despeñado, todo puede suceder y sucede en la roca, a la que llaman por aquí «la centralita». En la carretera de Comillas a La Rabia la cobertura depende de los vientos. Si sopla el sur o el sureste, se puede hablar desde la cuneta de la derecha según se camina hacia poniente. Si arrecia el noroeste, cuneta izquierda. Si ventea el nordeste, ni izquierda ni derecha. En tal supuesto ventoso hay que trepar a medio tronco de los enormes plátanos que adornan la senda. Si sólo se precisa mandar o recibir un mensaje escrito, es suficiente con culminar la ascensión de una tapia cualquiera. Si sobre la tapia se pierde el equilibrio y en la parte posterior a ella surge un perro con deseos de mutilación, ni Movistar, ni Vodafone, ni Amena se hacen responsables de las heridas producidas por las mordeduras de los canes en las piernas de los usuarios. En algún caso, en los glúteos de los abonados. Si las heridas se concentran en los glúteos, tampoco asumen su responsabilidad.

La mejor solución para hablar sin problemas es trasladarse a Santander o subir las montañas de Liébana. Si la segunda opción es la elegida recomiendo una visita al «Oso» de Cosgaya y la degustación de su fabuloso cocido lebaniego. Para ello hay que superar los veinte kilómetros del desfiladero de la Hermida, uno de los caminos más bellos y espectaculares del norte de España. En el desfiladero no hay buena cobertura pero la maravilla del paisaje elimina las urgencias telefónicas. Si en pleno recorrido por el desfiladero se hace urgente una llamada, se puede el usuario colgar de una cualquiera de las decenas de miles de encinas montañesas que nacen de las rocas, siempre que la comunicación no sea superior a los tres minutos, que son los que puede aguantar un ser humano de fortaleza media colgado de un árbol. Si la conversación es más larga, se recomienda al usuario la presencia de un sacerdote amigo que tenga la buena disposición y amabilidad de dar al usuario colgante el sacramento de la extremaunción. Por si las moscas.

Se puede, en último lugar, no hablar por teléfono, que es lo más recomendable para mantener la calidad de vida. Pero si no hay tu tía, y el uso del móvil es imprescindible, lo más sugerente es veranear en otra parte. En el fondo -y en la forma-, jugarse la vida por hablar a través del móvil no merece la pena. No es muerte gloriosa. Entre el móvil y el paisaje, aquí nos quedamos con el segundo.

Desde luego que es cojonudo.
Además ha conseguido que algunos foreros entremos a leer el abc (aunque sea sólo por su artículo), hecho impensable en otros tiempos.

Con la cuestión de los móviles mi opinión es la siguiente:
De vacaciones ... Mucho mejor apagado

Un saludo