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Las vistas de San Martín
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Vindia
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Vindia
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#1•25/Nov/2003, 22:26

Habeis leído este artículo en el Diario Montañés? me ha gustado mucho y aunque es un poco largo creo que merece la pena. Parece que quieren construir viviendas de alto estanding al lado del Palacio de Festivales. ¿Qué opinais? yo estoy totalmente en contra.
JOSÉ MARÍA PÉREZ GONZÁLEZ 'PERIDIS'/


Muchas veces le oí contar a mi padre que los chavales de su pueblo, al otro lado de la Cordillera Cantábrica, subían hasta la Sierra de Híjar para ver el mar. La gratificación de ver, en los días claros, el mar en el horizonte compensaba con creces a los chicos por el esfuerzo de la subida, a pesar de que lo que, con mucha suerte, se podía ver desde lo alto era una mar estática, lejana y desdibujada. Vivíamos en Aguilar de Campóo cuando los frailes del Colegio de San Gregorio organizaron una excursión entre los alumnos «para conocer el Mar Cantábrico». La playa de Suances fue el lugar elegido para saciar la sed de mar de aquellos niños de la meseta. A pesar de que el día estaba tristón, a medida que el autobús de Donato se iba acercando al lugar de destino subía la emoción entre los jóvenes pasajeros. Estos, espoleados por la curiosidad, con la nariz pegada a la ventanilla, cruzaban apuestas para ver quien era el primero que divisaba la mar prometida.

«Mira allí, allí al fondo, a lo lejos»,-me dijo mi progenitor, que nos había acompañado en representación de los padres de los alumnos, señalando por la ventanilla-

Pero aquel mar lejano y difuminado por la neblina, estaba tan estático y desdibujado, tan desmayado y sin olas, que asemejaba más a una de esas mesetas de la planicie, azuladas por la distancia, que al bravío Cantábrico tan ponderado en la escuela. Y no me cabía en la cabeza que altamar estuviera tan arriba en el horizonte.

Todo lo que he aprendido desde entonces es que el mar es siempre distinto. Uno de los fenómenos marítimos más espectaculares, que yo recuerde, se produjo hace años en Santander, cuando paseaba una tarde al borde del Sardinero. El cielo estaba plomizo y algunos rayos rezagados pugnaban por escaparse del atardecer. La brisa fresca de la tarde hacía bambolearse a las olas con un ligero estremecimiento como enormes sierras de carpintero con el filo brillante y el alma de plomo. Ningún objeto flotante distraía la vista de las aguas. De repente me di cuenta de que aquella mar telúrica, que tanto me impresionaba, era la que había recreado con olas de papel de celofán, el gran maestro Federico Fellini en su prodigiosa, y poco conocida, película titulada "E la nave va". Toda una ópera cinematográfica donde el mar era solamente un artilugio escenográfico.

Fuera por la mar de Fellini, o porque ya estaba mi familia un poco cansada de veranear en hoteles y apartamentos, el caso es que decidimos adquirir un piso en la ciudad de Santander. A ser posible con vistas al mar. Viniendo de la meseta no podía ser de otra manera. La suerte puso en nuestro camino, en el barrio de San Martín, un cuarto piso sin ascensor, con vistas a la bahía en una casa centenaria. Total noventa escalones de nada. Por un precio razonable. Aunque parezca mentira, hace seis o siete años ocurrían esas cosas. La dueña del piso, que harta de inquilinos se había decido a vender, se plantó en el precio de salida y era totalmente inmune a mi discurso sobre las carencias y defectos del piso, la vetustez del inmueble, el estado lamentable en que había quedado las habitaciones por el paso de sucesivos inquilinos...etc.

"Todo lo que le pido por el piso lo valen las vistas que tiene la casa"- dijo la dueña, cansada de mi regateo cortando en seco la conversación.

"Sí, pero las vistas las pone Dios" -dije yo en un último intento para ablandarla.

Sin pensárselo un momento me contestó: "Las vistas las pone Dios, es verdad, pero las ventanas, son mías, y las ventanas van con la casa". No cedió una peseta y yo me di por vencido y compramos el piso en el precio de salida.

El mar que yo diviso, desde las ventanas de la señora, es una montaña conquistada, día a día, mediante el esfuerzo que supone subir los noventa escalones, casi siempre cargado, cada vez que llego de viaje o vuelvo de la calle. Cuando entro en mi Tres Mares particular echo un vistazo a la mar. Y no me defrauda nunca, porque el mar de la Bahía de Santander, visto por encima del hombro de San Martín es siempre un acontecimiento y un espectáculo. No es el mar estático y lejano como una montaña entrevisto en Suances, ni la mar agitada y barroca de Federico Fellini, sino que es la mar de José María de Pereda. Una mar que como Penélope no cesa de tejer y destejer. Un mar donde se suman el ser y el acontecer, donde el estado de la mar y lo que en ella ocurre es siempre un festejo irrepetible. Me he entretenido mañanas enteras mirando por la ventana el trajín y el ajetreo que se traen la mar y los que por ella transitan. Los ires y venires de las Reginas a Somo y Pedreña, las patrulleras de la Guardia Civil, los pesqueros que entran y salen, los veleros que flotan o vuelan, los barcos grises cargados de contenedores, el ferry que llena toda la Bahía, las traineras con sus remeros, la ida y la vuelta de los prácticos, los remolcadores, los yates que se pavonean, ¿y que decir cuando llega una regata como la Cutty Sark de allende los mares!.

Todo lo que veo desde mi ventana me fascina, me hipnotiza, me sobrecoge y me satisface, y a pesar de estar a casi cien metros de la punta del promontorio llego casi a distinguir el rostro de los navegantes. Por eso me es muy fácil imaginarme a los antiguos ciudadanos de Santander, abarrotando el fuerte de San Martín para no perderse el espectáculo de la llegada de 'La Montañesa' a puerto de vuelta de Cuba, tal y como lo cuenta Pereda en Sotileza: «Menos le pesó cuando al atravesar, por el podrido tablero, el foso del castillo, vio su batería llena de gente que le había precedido a él con el mismo propósito de asistir desde allí a la entrada de La Montañesa; gente que le era conocida en su mayor parte...y Andrés, exclamando: "¿Mírale!", apuntó, con el brazo tendido, a su padre, de pié sobre la toldilla de popa, junto a la rueda del timón, y la diestra en la driza de la bandera, con la cual, momentos después, y al hallarse la corbeta casi debajo de los espectadores de San Martín, respondió a las aclamaciones y saludos de estos, izándola tres veces seguidas, mientras se llenaba la borda de estribor de tripulantes y pasajeros que agitaban al aire sus gorras y jipijapas. Entonces pudieron gozarse a simple vista todos los detalles de la corbeta...»

La posición estratégica y sus vistas privilegiadas llevar a la perdición al promontorio de San Martín, porque hoy por hoy esas vistas valen una millonada. (Ver pág. 18 EL DIARIO MONTAÑÉS del 13 de Julio de 2003). Aunque es bien cierto que las vistas las sigue poniendo Dios, los promotores del Plan Parcial pretenden enmarcar estas panorámicas con centenares de balcones y ventanas para venderlas a precio de oro y donde antes hubo sucesivamente una villa romana, una ermita prerrománica, un fuerte que se ocupó de la defensa de la ciudad y una pradera para las romerías, se ubicarán garajes, pisos, áticos y sobreáticos sepultando los lugares en que aconteció la historia, y fueron pretexto para el acontecer literario. Y desaparecerá para siempre el lugar que dio nombre a una ermita, un fuerte, un promontorio, una calle, un barrio, e incluso hasta una venerable cofradía.

Pues bien, Santander es una ciudad hermosa y afortunada, más por la espléndida naturaleza que la envuelve que por la gestión de su patrimonio, dicho sea en su descargo que hubo dos acontecimientos funestos: el desastre del Cabo Machichaco y el incendio de la posguerra" que destruyeron buena parte de su casco histórico. Pero muchos de los desastres urbanísticos de los años del desarrollismo todavía continúan. Hoy en día San Martín de Bajamar todavía es reconocible, entre los árboles, a pesar de unas pocas construcciones de viviendas. Todo lo que allí se ha construido es absolutamente reversible.

Con tiempo, y salvando por muchos años los derechos de sus ocupantes. Tal y como nos cuenta Pereda y como recuerdan algunos de los vecinos del barrio, que gozaron de las romerías que había en sus prados, San Martín era el auténtico balcón y mirador de la ciudad. Así la pintó Wüns en el año 1838. Teniendo en cuenta que Madrid, con toda su expansión y crecimiento imparable, ha conservado como oro en paño la pradera que pintara Goya y la ermita del Santo, donde todavía acuden los madrileños en romería, ¿cómo es posible a estas alturas del siglo XXI, que Santander vea indiferente como desaparece su pradera de San Isidro particular?

San Martín, el cabo valiente que se ocupó durante siglos de la defensa de Santander, junto con los fuertes de Hano y de la Cerda, en la Península de la Magdalena, y las Baterías de Cabo Menor, fueron las tres defensas principales de la ciudad de Santander. La Península de la Magdalena, antaño mirador regio ha sido recobrada por la ciudad para el esparcimiento y para la cultura. Cabo Menor-Mataleñas para el deporte y el paseo entretenido. Sólo queda incorporar San Martín al grupo de miradores haciendo un itinerario histórico-cultural-defensivo, en el que el promontorio que nos ocupa, sería el punto del que arrancaría la 'promenade'.

Un asunto tan serio como la desaparición física del Promontorio de San Martín no puede pasar de tapadillo y como un expediente burocrático del montón, dejado la carga de la decisión sobre las espaldas de unos pocos funcionarios del urbanismo o del derecho, sino que bien merece un gran debate urbano, en el que se debe oír la opinión de todos las personas y entidades que tengan algo que decir sobre el asunto, bien por su relevancia social, bien por sus conocimientos de la literatura, de la historia o del urbanismo de la ciudad.

Y no estaría de más que la Consejería de Cultura, Turismo y Deportes, competente en el asunto por la proximidad de la intervención al dique de Gamazo (Bien de Interés Cultural), incoara expediente declarando San Martín de Bajamar como paisaje Histórico y Cultural para evitar su desaparición, entre otras cosas, por el respeto que merece la figura de José María de Pereda, que escribió para los que le antecedieron y para nosotros en la dedicatoria de Sotileza: «...porque al fin y a la postre lo que en él (libro) acontece no es más que un pretexto para resucitar gentes, cosas y lugares que apenas existen ya, y reconstruir un pueblo, sepultado de la noche a la mañana, durante su patriarcal reposo, bajo la balumba de otras ideas y otras costumbres arrastradas hasta aquí por el torrente de una nueva y extraña civilización».

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Miber1
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#2•25/Nov/2003, 22:54

ahhhhhhh, la mítica milla de oro de san martin. Si que lo he oido hace tiempo y me parece una autentica verguenza del amigo gonzalito. Un pelotazo impresionante, aprobado en el plan general de urbanismo. otra verguenza mas para la maltrecha y malplanificada ciudad de santander. menos mal que el armatroste de moneo no se pondra en la sede del gobierno, que si no.......uffffff

Muy bonito el artículo Vindia-

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j.es.
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j.es.
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#3•25/Nov/2003, 22:58

no hables muy alto miber, aquella zona la quieren cambiar tanto que seguro que algun armatoste nos meteran.

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